Espontaneidad premeditada

TXT Lina Holtzman Warszawski

Una amiga o amigo tuyo está pasando por una situación muy difícil, así que te encuentras en la fila del cine para invitarle a un par de horas de necesaria distracción y compañía. Pero la línea no avanza; el motivo del retraso es una señora a la que le acaban de robar su cartera y llora desesperada porque ahí tenía el dinero que le faltaba para comprar el medicamento de su hija. Sabes que es verdad porque conoces a la niña y lo urgente de la situación. Mientras te cuestionas si el dinero que pensabas gastar hoy en el cine puede hacer la diferencia para pagar las medicinas, te das cuenta de que en la tienda de enfrente acaban de poner una “oferta sorpresa”: la computadora que has estado añorando hace años y podría hacerte la vida más fácil se presenta como una realidad que finalmente te podrías permitir. No te sobra el dinero, así que la idea de hacerlo todo no es una posibilidad, y el tiempo tampoco espera. ¿¿¿Qué harías??? 

Para evitar salirnos por la tangente, vamos directo al grano: La pregunta no es, ¿qué causa es más honorable?, sino, ¿a quién (o qué) eliges como ganador de la contienda de tus principios? Pues eso a lo que rindes más honor no necesariamente resalta los méritos de los demás, sino tu mundo de valores interno. 

Volvamos un momento a la situación con la que comenzamos este artículo: ¿Qué fuerza tira con más impetuosidad, el amor hacia tu amiga, ayudar al necesitado o, tal vez, sacar adelante tu situación laboral? Podría ser que tu verdadera motivación es luchar contra el crimen, llevar más dinero a casa para ayudar a tu familia o ser una persona en quien se pueda confiar. Como verás, no hay respuesta correcta o incorrecta, y es por eso que no resulta sencillo descartar una por otra. Ahora, si te enfocas en tu objetivo (u objetivos) en lugar de las estrategias para alcanzarlos, te va a resultar más sencillo ser espontáneo. 

Por ejemplo: para apoyar a tu amiga, un paseo por el parque o una peli en el sofá con palomitas caseras puede cumplir con el propósito. También podrías comprar los boletos para el cine y ayudar a la niña enferma utilizando tus contactos para conseguirle las medicinas o cuidando un momento de ella mientras su mamá se tranquiliza y habla con la policía. Podrías pagar la computadora a plazos y repartir el dinero que te queda. En fin, que las ideas pueden continuar, pero solo te van a ser útiles si sabes hacia donde dirigirlas. Y para eso hace falta hacer la tarea de pensar y dirigir tus acciones en favor de tus pensamientos.

¿Cómo reaccionar siendo espontáneos? ¿Cómo responder “con naturalidad” ante este dilema? No es nada sencillo. La espontaneidad, después de todo, es un recurso de gente inteligente: significa habitar el momento presente con absoluta consciencia. Ser reactivo, por el contrario, es una respuesta inconsciente, automática y 100% animal (por no decir egoísta e inmadura).

Aterrizaje forzado

Y ya que estamos en ello, me gustaría desenmascarar otra falsa creencia: ser espontáneo no es cuestión de elección. La vida nos ofrece (más bien, nos obliga a enfrentar) a todos y cada uno de los habitantes de este planeta, infinidad de escenarios y oportunidad para ser flexibles, improvisar y corregir el guión de nuestros planes. Pero, no te asustes, que te tengo una buena noticia: a improvisar también se aprende (si no me crees, pregúntale a algún músico o futbolista cuántas horas tiene practicar para ser capaz de tocar el saxo o la pelota en tiempo real).

Para eso es interesante observar (y analizar después), cómo te enfrentas a la vida cuando te vez forzado a ser espontáneo: ¿Te invaden los miedos, te paralizas, te enfureces, gritas, lloras, buscas soluciones, te encoges de hombros, sales corriendo, culpas a los demás o aceptas lo que viene sin protestar? Evidentemente, “dependiendo el sapo es la pedrada”. Pero el truco es este: antes de lanzar una piedra (y lastimar o asustar al sapo), piensa tanto en tu lista de valores como en las consecuencias de tus actos: ¿Actuar de equis forma es congruente con tu escala de valores o te transformas en el tipo de persona que no te gustaría ser?

Para convertirte en un perfecto “espontaneador”, es necesario identificar cuáles son los motivos o valores que inclinan tu balanza. Es decir, situaciones cotidianas en las que, normalmente, “sacas a relucir el cobre”. Pongamos otro ejemplo: 

Te encuentras en un evento de caridad y te apuras a impresionar (o te pones nervioso ante la presencia de): a) El filántropo que patrocinó el proyecto, b) El artista que expuso el problema, c) La causa o personas de quien se habla y para quien se recaudan fondos, d) Los famosos que asistieron al evento, e) La directora de la fundación, f) El fotógrafo de sociales, g) El mesero que te trae la bebida gratis. 

Observa hacia donde se inclina tu balanza cuando estás forzado a actuar “en caso de emergencia”. Y si tu respuesta (al igual que la mía y la del 99.9% de la raza humana) deja mucho que desear, ¡no te deprimas, pues estás en el mejor lugar para transformar tu actitud! Prepara un guión de posibles alternativas y ensáyalas hasta convertirte en un buen jugador. Y cuando sientas que metiste tu primer gol, busca otra de esas piedritas que tenías bien guardadas y dedícate a pulirla (aunque duela) hasta descubrir el diamante que siempre ha brillado en su interior. Te vas a sorprender al observar que todos los sapos son príncipes en potencia, y que las joyas más finas las llevas dentro.

Aplica esta estrategia a cualquier situación de la vida real. ¿De qué hablas cuando te reúnes con tus amigos, cómo resuelves los conflictos en familia, a quién le haces caso en la escuela o cómo tratas a los extraños con los que interactuas en el súper o mientras buscas un lugar en el estacionamiento? Cuanto mayor honestidad y humildad pongas en la tarea de conocer tu impulsos tanto más fácil será dominarlos. Este es un camino que te llevará a pasar de la reacción a la acción.

Y si me preguntas a mí, yo diría que antes de cambiar la página y seguir con tu rutina (espontáneamente o no), dediques unos momentos para reparar en uno de los atributos más honorables que podrás encontrar: tu vida. Vuelca la mirada hacia tu interior, haz equipo con tus prioridades y pregúntate cómo quieres apegarte a ellas. Utiliza tu inteligencia para poner las reglas claras y… ¡A jugar se ha dicho!