¿Miras o escuchas? Sintonízate

TXT Lina Holtzman Warszawski

El ser humano ha sido colocado realmente en medio de una guerra intensa, pues todas las cosas de este mundo (ya sean buenas o malas) constituyen pruebas para él”. Esta frase la encontré en un texto de 1738. A pesar de su aparente antigüedad, me parece por completo vanguardista, pues implica que con cada elección que tomamos, inclinamos la balanza de nuestro ser. El simple antojo de “comer algo dulce” puede ser detonador suficiente para librar una de esas batallas entre nuestro instinto animal (que busca la gratificación inmediata de un caramelo) o apostar por una vía más nutritiva, como una fruta o unas almendras. 

Paradójicamente, ser conscientes de esto nos invita a librar otra batalla: vivir bajo el estrés o la neura de “hacer las cosas bien” versus disfrutar la oportunidad de crecer con las tareas más “rutinarias” de nuestro día a día (esas que creemos que son una pérdida de tiempo), como ir al súper o elegir el playlist de tu oficina.

NO PASARÁN

Al igual que en la guerra, las batallas se ganan mediante estrategias, seleccionando a tus “aliados” y (re)conociendo a tus “enemigos”. Esto quiere decir que nunca te vas a encontrar solo en la lucha, y es por eso que voy a traer al ring a dos grandes protagonistas que juegan un papel primordial para inclinar la balanza de nuestras decisiones: en esta esquina, el oído atento; en esta otra, la mirada analítica. ¡¡¡Lucharáaaaaan a dos de tres caídas, sin límite de tiempo, por el título de nuestras elecciones!!! 

Desde hace ya muchas décadas, los ojos ocupan un papel dominante en nuestra psique. Gracias a la herencia cultural de la antigua Grecia, ideas como “mirar en profundidad” o “ver bajo la superficie” se convirtieron en sinónimos de conocimiento e inteligencia. Frases como “ahora veo lo que dices”, “quiero hacer una observación”, “cambiemos de perspectiva”, “voy a ilustrarte mi idea” o “iluminemos el asunto”, siguen siendo, hasta la fecha, metáforas de entendimiento y sabiduría. 

Pero un buen día llegó un médico austriaco llamado Sigmund Freud, quien revolucionó “la mirada del mundo” con la introducción del psicoanálisis, popularmente conocido como la curación mediante el habla o, mejor dicho, mediante la escucha. Poco a poco, “sentirnos escuchados” se convirtió en el paralelo de conceptos emocionales como empatía, respeto, consideración y valoración. La importancia de escuchar (“prestar atención”, “comprender”, “responder”) las necesidades ajenas fueron echando raíces en nuestra salud social hasta llegar a nuestros días, en los que tendencias como el mindfulness, el coaching, la programación neurolingüística y varios tipos de terapias o dinámicas de grupo más vienen a proclamar la práctica y el entrenamiento de una escucha activa y atenta. 

Ahora bien, todo esto ejemplifica también la manera en la que los seres humanos interactuamos con el mundo: la mirada construye una comprensión externa y material de la realidad (lo que no veo no existe), mientras que la escucha conecta directamente con nuestro mundo interno, subconsciente y espiritual. Dicho en palabras más simples: los ojos nos ayudan a relacionarnos con lo que pasa “afuera” y los oídos nos ayudan a “ver” lo que pasa adentro. 

Hasta aquí todo muy claro, pero ahora vamos a subir un poco más el volumen para llevar a la superficie otra (no tan sutil) diferencia entre mirar y escuchar: podemos no creer lo que nuestros ojos ven, pero pocas veces dudamos de lo que nuestros oídos escuchan. Esto es algo demasiado importante, digno de tenerse en cuenta, pues estamos acostumbrados a cuidar nuestros ojos y nuestra boca, pero poca es la atención que ponemos a todo lo que llega por nuestras orejas. Déjame ponértelo muy, pero muy en claro: todo lo que escuchas entra y se instala directamente en tu cerebro. ¿Pues a quién no le ha sucedido enfadarse con algún ser cercano (alguien en quien verdaderamente confía) a causa de un chisme o rumor que salió de la boca de alguna persona que ni siquiera conoce? Piensa que con cada segundo de vida, nuestro cerebro está procesando información sin descanso ni pausa. ¡¡¡Incluso mientras dormimos nuestros oídos permanecen alertas y activos!!! 

En nuestra mente no existe el vacío, y este factor es clave para entender que es nuestra responsabilidad llenarnos la cabeza (y el espíritu) de buenas vibras, en lugar de “rallarnos el coco”. Toma en consideración que una vez que una idea ha penetrado en nuestro nervio auditivo, las posibilidades de que esta eche raíces son muy altas. Y cambiar “de idea” es un proceso mucho más lento y difícil que adoptar una nueva. Por eso un niño que escucha a su maestra de preescolar hablar sobre “lo feo o mal que dibuja”, difícilmente volverá a disfrutar de sus pinturas y colores. Así que métetelo bien en la cabeza: no son inofensivas las letras de canciones a las que alegremente nos exponemos día y noche, aun cuando no conozcamos su significado. Tampoco resulta insignificante permitir a un niño escuchar conversaciones y problemas de adultos para que “conozca de una vez la realidad”, ni hay nada de inocente en un vocabulario de palabras déspotas, ofensivas y obscenas, aunque “solo se trate de un chiste”. Obviamente, no existe beneficio alguno en escuchar chismes o difamaciones, aunque solo sea por no “quedar mal” con quien te cuenta las novedades. Al igual que no tragarías veneno por cuidar tu vida, eres 100% responsable de cerrar el paso a las palabras e ideas que envenenen tu alma.

Es imposible experimentar dos ideas o sensaciones diferentes al mismo tiempo. Puedes sentir miedo o amor, alegría o tristeza, y desde ahí vas a tomar mejores o peores decisiones. Por eso es tan importante seleccionar cuidadosa y conscientemente “las voces” que quieres escuchar (y compartir), y cuáles son las que, por más divertidas, tentadoras e insignificantes que se presenten, vale la pena evitar, pues transportan un “efecto secundario” listo para incubar en tu cerebro. Elige cuidadosamente el soundtrack de tu vida, después de todo, ¡¡¡al son que te toques, vas a bailar!!! 

Así que ya sabrás qué historias te cuentas para librar tus pequeñas batallas diarias. Personalmente, prefiero esas que me llenan de amor y vida. Sí.