¿Mujer contra mujer?

TXT Lina Holtzman Warszawski

Quiero que todas las niñas que están viendo esto, aquí y ahora, sepan que hay un nuevo día en el horizonte. Y cuando ese día finalmente llegue, será por varias mujeres magníficas, muchas de las cuales están en esta habitación esta noche, y algunos hombres bastante fenomenales, que luchan con denuedo para asegurarse de convertirse en los líderes que nos llevarán a esos tiempos en que nadie tenga que decir ‘yo también’ nunca más.”

Con estas palabras finalizó Oprah Winfrey su discurso de agradecimiento al recibir el premio Cecil B. DeMille por su trayectoria profesional en una entrega de los Globos de Oro. El escenario vibró entonces entre aplausos
y gritos de júbilo. Su mensaje fue
tema de conversación durante varios días. Un año después, sus palabras
siguen conmoviendo.

Su intención obedecía a la efervescencia provocada por lo que había comenzado como un movimiento en las redes sociales para acabar con el acoso y el abuso a las mujeres en la industria del espectáculo estadounidense, sumado a décadas de lucha por los derechos equitativos de estas. #MeToo, como se conoció a aquella manifestación, hace tiempo que ya no le pertenece a Hollywood y que ha pasado a formar parte de la lucha diaria por una vida, personal y profesional, libre de abusos y con las mismas oportunidades. 

Sin embargo, con tal inspiración y motivación, el camino por recorrer aún es largo. Mientras que varias entrelazan los brazos en marchas por sus derechos en muchas partes del mundo, en diversos entornos aún enfrentan pisotones de sus mismas hermanas. ¿Dónde quedó la sororidad?

Aunque en el mundo exterior no existen indicadores ni estudios que señalen que existe una mayor fraternidad que sororidad, los ámbitos de desarrollo profesional han demostrado que en el área laboral las mujeres tienden a recibir más críticas por parte de sus congéneres.

De acuerdo con un estudio realizado por académicos de la Universidad de Arizona publicado en el Journal of Applied Psychology, las damas reportan experimentar un mayor número de faltas de cortesía que los varones, pero, además, se encontró que dichos actos también provienen de otras.

Como explica Allison Gabriel, coautora del informe y profesora adjunta de Administración y Empresas en la Universidad de Arizona: “Estos estudios muestran que las mujeres reportan haber pasado por un mayor número de experiencias descorteses que los hombres, pero queríamos descubrir quién estaba dirigiendo esos malos comentarios hacia ellas”. 

La investigación permitió descubrir que tanto los hombres como las mujeres son más crueles con el sexo
femenino. “En lugar de ayudarse y apoyarse mutuamente, a veces tiramos de nosotras mismas hacia abajo”, agrega la académica.

Por su parte, Eugenio Gómez, director del Centro de Investigación de la Mujer en la Alta Dirección (cimad), del Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa (ipade), coincide en que ha escuchado en repetidas ocasiones que las jóvenes en el ámbito de la alta dirección mencionan recibir mayor presión por parte de sus colegas del mismo sexo. “Los momentos más difíciles (en el trabajo) vienen del conflicto entre ellas”, dice. Sin embargo, apenas se está empezando a recolectar información sobre estos casos. Podría decirse entonces que hay un común denominador, pero aún no se cuenta con los datos para confirmarlo. Lo cierto es que “resulta una queja frecuente que los ambientes femeninos son muy duros”.

Otras esferas

Las críticas y la falta de apoyo no se quedan en la oficina. Basta con prestar atención a algunos casos globales para notar que estos elementos pueden acompañar cualquier ámbito.
Recordemos, por ejemplo, a la gimnasta olímpica mexicana Alexa Moreno, que durante su participación en las Olimpiadas de 2016, en Brasil, recibió críticas del público de nuestro país debido a un supuesto sobrepeso. En lugar de aplaudir la llegada de la joven a un certamen de talla internacional, los comentarios se centraban en su físico y en si era acorde o no a una atleta de alto rendimiento. 

“Cuando hay un desfase entre el estereotipo y la realidad, a las personas les cuesta reconocer el esfuerzo y quieren regresar la imagen a donde creen que corresponde”, explica Hugo Sánchez Castillo, académico de la facultad de Psicología de la unam y presidente de la Sociedad Iberoamericana de Neurociencia Aplicada. “Parte del problema es la falta de conocimiento y cultura”.

“Cuando alguien sobresale, hay incapacidad de reconocerlo y se intenta regresarlo a donde estaba, al mismo nivel donde nos encontrábamos nosotros”, afirma Sánchez Castillo.

Al mismo tiempo, es necesario entender que para aceptar el reconocimiento del otro se requiere cierta cercanía que nos permita desarrollar empatía (sí, esa “participación afectiva de una persona en una realidad ajena a ella”). 

Ver la alegría en el éxito ajeno (tomando en cuenta la subjetividad de lo que se considera exitoso o no) exige relacionarse con su sentimiento y también experimentarlo sin miedo a romper un esquema preestablecido. No es nada extraño que cada vez que un mexicano (en especial una mujer) destaca en el extranjero, en nuestro país se formen dos bandos polarizados: el que la apoya y el que la ataca sin que medien razones, lógica ni respeto. Si esa persona triunfa, entonces se vuelve a formar otro bando que sin reconocer su error inicial la emprende con virulencia contra el grupo que sigue sin apoyarla. En esta dinámica no queda espacio para la reflexión.   

Un paso hacia la empatía

Si el fin es alegrarnos más por los triunfos ajenos en lugar de despreciarlos, la base está en perder miedo a lo desconocido y empaparnos de más cultura y conocimiento. “Si hay algo que me molesta, que siento que no está bien, en lugar de repudiarlo en primera instancia, mejor me aproximo a alguien que sepa del tema y me empapo de él. Con referencias y conocimientos me haré de una opinión y no con dogmas ni estigmatización”, recomienda Sánchez.

La crítica es sana, sanísima si es constructiva, y lo sabemos, pero debemos  entender de dónde vienen los juicios y emitirlos con argumentos en lugar de inseguridades. Es válido e incluso se promueve tener una opinión propia, pero habrá que hacer una revisión de si es realmente honesta o resultado de algo más superficial. Después de todo, solo hace falta “ponerse en los zapatos del otro” para analizar cuáles son las reacciones que nos gustaría desatar, para analizar una vez más si sentimos rechazo o si debajo de esa reacción inmediata hay una sensación “verdadera” de orgullo y empoderamiento.