María Félix, el mito de los 100 años
TXT Lina Holtzman Warszawski
I. Nace un mito: María, La Doña
Sabedora de esa belleza misteriosa, María Félix firmó su segunda acta de nacimiento en 1945 con la cinta Doña Bárbara, a pesar que sus documentos oficiales digan que nació el 8 de abril de 1914 en Álamos, Sonora. Un día que el sol del desierto era azul como fuego de metal a punto de fundir una herradura y el calor hacía una sombra blanca como si quisiera deslumbrar con el nacimiento, anticipando que nacía una estrella mítica. María de los Ángeles Félix Güereña que es el nombre con el que quedó en los archivos del Registro Civil del Quiriego, Sonora, y donde fue presentada por sus padres Bernardo Félix y Josefina Güereña.
A cien años de su nacimiento, María Félix sigue provocando preguntas, despertando diversos intereses por escritores, críticos, cineastas y músicos. Es el emblema yaqui de la mujer mito en México. La mañana de su muerte, ocurrida el mismo día de su cumpleaños ochenta y ocho, es decir en abril 8 del 2002 hubo un silencio que aún no deja de escucharse, una muerte callada que parece rulfiana, llena de silencios inquietantes.
A su muerte, las preguntas saltan como dudas y oráculos: Su leyenda, su carácter, sus amores, las causas del fallecimiento, su herencia. El destino de todo lo coleccionado: Joyas, muebles, arte, prendas, accesorios y el misterio de su vida. ¿Quién, en realidad habitó la piel de la diva del cine mexicano? ¿Dónde comenzó La Doña y terminó María?… ¿El amor de su vida? Su familia, ¿Por qué exhumaron su cuerpo? ¿Qué buscaban en él? ¿Por qué, luego de un incómodo escándalo mediático sobre su muerte, la familia de tajo cerró el ataúd sin ninguna explicación o justificación? María es un mito que supo muy pronto cuál era su función, la alimentó por espacio de sesenta años y como figura mítica está envuelta de misterio e inmortalidad.
II: María Félix. ¿El último cumpleaños?
Desde la madrugada del 8 de abril de 2002 comenzaron a postrarse a las afueras de su casa, algunos reporteros nacionales e internacionales, como se había convertido una costumbre, le cantaban Las Mañanitas en los primeros minutos del día. Desde 1996, año en que falleció su único hijo Enrique Álvarez Félix, María había decidido viajar menos a París para pasar sus cumpleaños en México, ya fuese en Cuernavaca en su residencia Las tortugas con su equipo cercano y un comité cada vez más reducido que no pasaba de cinco amigos o, a solas con el pintor ruso-francés Antoine Tzapoff, su última pareja sentimental. Pero en esta ocasión, se sabía que no saldría de su casa de Hegel 610, entre Tres picos y Campos Elíseos, en Polanco.
En el primer minuto de ese día comenzaron Las Mañanitas, seguidas de las tradicionales piezas laristas: María Bonita y Humo en los ojos. Al mero estilo de película mexicana, se sabía de la gratitud de María Félix, porque correspondía con un encendido general de las luces de su casa. Nunca salió a dar las gracias o a platicar con los medios, pero después que se iluminaba la calle con sus luces, el mariachi, trío y medios comenzaban a retirarse. Más tarde se anotaba algún anticipado o astuto reportero “la exclusiva” por televisión o radio y la Doña agradecía la desmañanada.
Ese 8 de abril, los tríos y mariachis se agotaron el repertorio musical y jamás se encendieron las luces de la casa. Para las nueve de la mañana, un indeseable rumor se había extendido como pólvora en campo de batalla. ¿Era el último cumpleaños de la diva mexicana? Un centenar de medios rodeaban el domicilio de la Doña, ambas aceras de Hegel, en Polanco, estaban obstruidas por cámaras, unidades móviles de radio y televisión. Era el cumpleaños ochenta y ocho, mítico si se quieren seguir las leyes del Karma o la Santería (el infinito); tres veces el ocho. No era buena señal o era la gran señal, según dicen los brujos.
La casa en silencio inquietante, una calma inusual, como queriendo soportar algo fatídico. Afuera los reporteros de espectáculos comenzaban a soltar la noticia como rumor: ¡La doña se ha muerto!… Tantas veces se especuló lo mismo que nadie prestó –en primera instancia– atención a lo que se creía un chisme. Una escandalosa nota sin sustento, lo que en el argot periodístico se llama “trascendido”.
Como ocurre con las leyendas, siempre su halo de inmortalidad está rodeada de especulaciones fatídicas. En los años ochenta, cuando murió su tercer esposo Alex Berger, se dijo que intentó suicidarse, pero en realidad era una fuerte depresión, acompañada con algunas dependencias a fármacos y antidepresivos, que la llevaron a una clínica de Rochester, Estados Unidos, a desintoxicarse. Más tarde, con la muerte de su hijo Enrique, se especuló algo similar, pero una fractura en la cadera, producto de su avanzada artritis reumatoide, le tenía casi inmóvil, en casa, con parches de morfina pegados a la columna y durmiendo prácticamente en el piso, sobre los tapetes de su habitación. Así que ese rumor que circulaba entre la prensa concentrada en las afueras de su casa podría tratarse de otra especulación que alimentaba la leyenda. Apenas unas semanas atrás se había dejado ver cuando acudió al concierto del cantante Luis Miguel, infundada en un visón negro y con sus ya acostumbrados saurios de oro, regalo de Berger, y en sus manos con visibles dedos enjutados por la artritis, relucían piedras inmensas montadas en macizas argollas de oro. Brillaban sus ojos como sus manos. Era la noche de marzo del 2002, la última vez que se vio públicamente a la Doña… Pero esa sentencia la sabríamos después.
Alrededor de la una y media de la tarde de aquel 8 de abril de 2002, Jacobo Zabludovsky daba la noticia. “¿Es posible que esto sea posible?, tropezaba verbalmente el periodista, se trata de un acontecimiento insólito: Se ha muerto a los 88 años de edad. Hoy los cumpliría o los cumplió. Ha muerto María Félix…”1. Con la declaración del periodista y amigo más cercano de la diva, las especulaciones se convertían en noticia y la noticia en sentencia definitiva: María Félix hoy no festejaría su cumpleaños, sino que recibía a la muerte.
III. 1943: El año que nació La Doña
Si La Doña se inventa a sí misma, su público de forma ritual inventa la biografía social del personaje. Con imaginación abusiva, datos delirantes y personalidad esquizofrénica, hacen de María su ícono y fetiche. Le dan vida a un mito que vive en la pantalla, que responde a los impulsos frenéticos de los fans, que por lo general son hombres. A las mujeres, el personaje de La Doña les despierta toda la envidia posible por lo imposible que resulta imitarla. Pero cada ocasión que cumple años, le inventan edades, le atribuyen pactos al estilo Dorian Grey, le hacen sumas imposibles con la edad y al final todos contribuyen a escribir su biografía.
Son 47 películas las que registran la enorme presencia fílmica de María Félix. Como expresa Carlos Monsiváis. “Su película culminante, tal vez su mejor desempeño como actriz es Doña Bárbara… donde el personaje se apodera definitivamente de la persona. Desde entonces se le llama la Doña, porque tal fue su acta definitiva de bautizo”2. Porque a partir de la obra de Rómulo Gallegos, el perfil fílmico, la personalidad y la nueva identidad pública de María será La Doña. Con tan sólo tres cintas en su trayectoria: El peñón de las ánimas (1942); María Eugenia (1942) y La China Poblana (1943), María Félix logra arrebatarle el protagónico de Doña Bárbara a la actriz Isabela Corona y con este filme aparece o mejor dicho, nace María Félix para el cine internacional. La Doña no sería un mote sino el nuevo registro bautismal de la actriz. A partir de ese año ya no volveremos a ver a María de los Ángeles Félix Güereña. El libreto se ajustó a la persona y el personaje le dio vida al mito. Nacía La Doña.
Y fue en 1943 con escasos 29 años que María de los Ángeles conoce el espejo donde se reflejará hasta el final de su vida. Doña Bárbara mira a María y el producto de los mutuos espejos será La Doña. Y es, precisamente la Doña, la que conquista al compositor y músico más importante de la época de oro del cine y el cancionero: Agustín Lara. Es La Doña, la que se casa con Jorge Negrete; es la Doña la que despierta las pasiones de José Alfredo Jiménez y le compone en despecho la famosa canción Ella. Es La Doña la que provoca el pincel de pintores como Diego Rivera, Leonora Carrington, Leonor Fini, Chaves-Marion, José García Oceja y su última pareja sentimental Antoine Tzapoff, entre otros más.
Es ella y la otra o, ¿quizás eran la misma: María y la Doña?, las que deslumbran al mundo, inspiran a la moda, despertaron el interés en la prensa y sirven de musa para escritores como: Salvador Novo, Renato Leduc, Xavier Villaurrutia, Pita Amor, Octavio Paz, Jean Cocteau, Carlos Monsiváis, Saltiel Alatriste y el irreconciliable Carlos Fuentes, a quien llamó mujerujo , es decir el que tenía el corazón de mujer, como lo llamó en una entrevista y le impuso el mote como castigo. Esto debido a la obra de teatro que escribió inspirado en Dolores del Río y María Félix “Orquídeas a la luz de la luna”, en la que aparecen como dos estrellas al borde de la muerte que delirantemente hablan sobre su inmortalidad u olvido. Eso molestó muchísimo a La Doña, al grado que evitó que el libro circulara en México, nunca autorizó se representara en teatro y se fue sin perdonarlo. Jamás volvió a dirigirle la palabra al escritor Carlos Fuentes. A Dolores del Río la vida ya no le daría fuerzas para pelear. Murió antes que el enojo fuera definitivo entre María y Fuentes.
IV: María y La Doña:
¿Quién está en el espejo?
No sólo La Doña sedujo a María, sino que supo esconderse dentro de la piel del personaje. Con él conquistó España donde produjo un número considerable de cintas: Mare Nostrum, Una mujer cualquiera, La noche del sábado (adaptación a la obra del nobel de literatura Jacinto Benavente), gracias al cobijo de su productor Cesáreo González y los cheques de Franco. También sedujo a Italia, donde los mitos romanos le dieron carácter en la pantalla, con filmes como Hechizo trágico y Mesalina, fueron la antesala para el cine parisino.
Francia fue su segunda patria: Se casó con el empresario y banquero: Alex Berger. Conoció, al tercer día de su llegada, en aquel enero de 1951 La Casa Cartier, su refugio y oropel para vestirse y desnudarse ante el mundo. La famosa serpiente de diamantes con esmeraldas se diseñó ahí. Joya que lució en la cinta La pasión desnuda. Años después, en 1975, consigue un nuevo capricho en diamantes amarillos y esmeraldas: El imponente collar de Cocodrilo. Además de las firmas Hermès y Dior, no sólo organizó pasarelas para ella o era la encargada de cortar listones inaugurales de sus desfiles, antes que Sophia Loren lo hiciera. Tal era la íntima relación con la firma, que la Doña solicitó a la casa francesa, el vestido de luto cuando murió su hijo Enrique Álvarez Félix.
Vivió en un suburbio exclusivo de Neully, en la avenida Winston Churchill, muy cerca del hipódromo Long Champs, donde La Doña hizo su cuadra de caballos, la más importante en los años sesenta y setenta entre los jockeys de Europa.
Se diseñó una vida única, exclusiva, lujosa y llena de poder. Cubierta por el misterio que daba su ceja alzada, los ojos negros que escondían un secreto. Una altivez que no lo daban su metro sesenta y dos centímetros de altura, que supo llevarlos como si ella se midiera de la cabeza para el infinito. Decoró su vida con el pasado en colecciones, basta con echar un vistazo a sus dos casas en México y la de París. Supo La Doña rodearse del arte y las colecciones más exclusivas: Porcelanas de Jacob Petit; muebles europeos de los siglo XVIII; sedas, alfombras persas, colecciones de reyes como el lujoso cofre de ébano con adornos de porcelana y gemas preciosas, regalo del rey Luis II, de Baviera, a la familia Pfafeinheimer, de relojes de carey nácar del siglo XVIII. Los famosos muebles de Meissen de porcelana que la acompañaban, el baño de su habitación: Una tina antigua en forma de concha de mármol, de Carrara, con pileta y grifos de oro. Aquellos relojes que detuvo cuando el Dr. Cesarman le dio el diagnóstico funesto: “Artritis reumatoide”, una enfermedad de los huesos y el tiempo.
En sus 47 películas vemos la evolución actoral de La Doña encarnada en María Félix. Sus cintas se ajustan al temperamento de la persona, nunca al revés. Es un caso (casi) único en que los guiones deben ser adecuados a la edad, al capricho, al carácter y emoción, que cruza en ese momento La Doña. Así logra cautivar la pantalla, a fuerza de su caprichoso guión personal. No necesitará actuar porque todo en ella es belleza petrificadora, suerte de altivez. Sabe hipnotizar la cámara, guiñarle al espectador. Le dice: “Mírame que no somos iguales, no soy real, son un mito”. Y eso basta para convencer el filme, para eternizar su belleza y suspenderse en la mente de todos sus espectadores, a los que por generaciones ha provocado suspiros.
Es La Doña la que desafía la cámara, reta con la ceja al máximo de su altura, todo gesto que pudiera parecer involuntario estaba preparado, ensayado y justificado, en el carácter de la diva. Con el close up suspende el tiempo, congela la imagen y registra en la memoria colectiva de sus cómplices, retractores, amantes, espectadores o escritores un rostro insuperable en la filmografía nacional del siglo XX. Embruja, hechiza y arranca piropos. Después de verla, nadie quedaba libre de su mirada. Es una medusa yaqui, es la síntesis de un mito que sabe alimentar a sus seguidores con la fuerza de su rostro y ademanes. Decora el cuerpo, lo viste, le atribuye a los objetos y accesorios una extraña relación de complicidad. Tiene lo imposible encima, puesto para ser admirado. Es la Doña objeto de su devoción. ¡Vive para ello!
Pero detrás de ese provocador primer plano, se esconde un misterioso secreto que le acompañó hasta la tumba. Un secreto que quiso, casi al final de su vida revelar en códigos, en pequeños guiños, como queriendo desnudarse de la Doña e irse convirtiendo en María, sin la culpa metida en la piel. No le alcanzó el tiempo, quizá no le dio la vida o puede ser que La Doña ya no le permitió vivir a María en su propia piel.
V: El secreto mejor guardado de María…
Una declaración en los noventa causó cierta curiosidad en algunos menos distraídos por su belleza. Confesaba ante la grabadora del historiador y escritor Enrique Krauze. A propósito del sentimiento que le despertaba su hermano Pablo: “El perfume del incesto no lo tiene otro aroma”3. ¿Qué nos quería decir con esta frase hasta un tanto poética?… Parece como si María estaba tratando de liberarse de La Doña, develando el misterio de su mirada. Advertía, con esa declaración el embrión amoroso de los hermanos. ¿Una confesión, una declaración azarosa del destino? ¿Era otra de las provocadoras declaraciones de La Doña?… En esta ocasión es María la que habla y sostiene la mirada frente al entrevistador. María ha dado la clave de un secreto y no más.
Esa es la punta del espiral en donde la novela Acuérdate María detona una estremecedora historia de amor y misterios, de signos para descifrar los símbolos que componen el mito llamado María, o más aún, para desnudar a La Doña y dejarnos ver la piel, las emociones, el carácter de María de los Ángeles Félix Güereña, la que prestó el cuerpo para dar vida al personaje.
Si la mañana en que La Doña ya no festejó su cumpleaños 88, no es sólo porque muere, sino quizás porque María se liberó con el último aliento, del personaje que tuvo que inventarse para vivir por lo que siempre soñó. O quizás con su muerte, María comenzó a mirarse en el espejo enamorada de su semejante como diría Octavio Paz. ¿A quién encontró en ese reflejo?…
Es otra pregunta inquietante que motiva la novela Acuérdate María, en ese instante previo a la muerte, donde María se confiesa y nos entrega el único gran secreto que la hizo vivir todo esos años. Espera antes de irse que La Doña la deje vivir su sueño, ése que le dio fuerzas para prestarle a La Doña su cuerpo, su piel y sus emociones todo esos años. Pero llegó la hora de ajustar las cuentas. ¿Podrá María salir del cuerpo de La Doña y vivir su sueño?… ¿Qué secreto esconde María que La Doña no dejó que nos contara en vida?
Se cumple el primer centenario del nacimiento de María Félix o más precisamente, de La Doña, figura mítica del cine mexicano en el mundo. La mujer más bella de México, la cuarta más fotografiada en la primera mitad del siglo XX. Junto a Greta Garbo, Marlene Dietrich, Marilyn Monroe o Ava Gardner, María Félix conquistó el mundo con su rostro. De enorme presencia fílmica que eclipsó las pantallas internacionales, engolosinó a Gabriel Figueroa, quien no sólo inventó los cielos dramáticos del cine mexicano en la época de oro, sino institucionalizó el close up de La Doña.
Son cien años del nacimiento de María Félix, setenta de alimentar el mito y escasos doce años que la hicimos inmortal. Y si hoy es eterna se debe entre otras cosas a que ya es parte de nuestra biografía personal. Sólo los mitos se construyen de misterios a largo plazo. En la novela Acuérdate María (Sergio Almazán, Planeta 2014) aparece la persona desnudándose del personaje, para entrar al misterio que el cine nos ocultó. El lector completará la historia con imaginación delirante e idolatría absoluta, tal como se alimentan los mitos.