Discretamente rojo
TXT Lina Holtzman Warszawski
Vivimos una realidad en la cual los colores hablan (y mucho), pero no como nos han hecho creer, pues sus mensajes no son “fórmulas” simplistas para controlar nuestro estado de ánimo o conseguir un buen empleo (todavía recuerdo cuando me afirmaban que usar un traje color café en una entrevista de trabajo era señal de conformismo y falta de iniciativa, que dibujar un corazón negro era una clara evidencia de un desajuste emocional o que llevar un hilo rojo atado a la muñeca podía protegerme de cualquier mal). De hecho, a pesar de lo tentadoras que resultan estas recetas mágicas para “triunfar sin esfuerzo”, los colores descodifican realidades mucho más cercanas, verdaderas, espirituales y útiles, que su aparente “psicología”.
Centremos nuestra mirada por un momento en el mundo que nos hospeda: no es un planeta en blanco y negro fácil de entender y resumir con un simple vistazo, sino una exposición multicolor donde cada tono, cada brillo y cada sombra, representan un papel único e irremplazable dentro del rompecabezas de la supervivencia. Tomemos como ejemplo el denso gris de un cielo que nos propone buscar un refugio antes de ser sorprendidos por una inminente tormenta. O una mandarina que crece discreta e imperceptiblemente verde, camuflándose entre las hojas del árbol hasta que llega el día en que está lo suficientemente dulce y madura para ser comida (¡y disfrutada!); entonces se pinta de naranja, llamando la atención de todos nuestros sentidos. Pero ahí no termina el cuento, pues cuando su ciclo de vida terminó y no es más un alimento nutritivo, cambia su tono de piel a un café muy poco apetecible para el ojo humano. ¿No te parece sencillamente impresionante? La verdad es que podríamos pasarnos la vida entera descubriendo las pistas multicolores que dirigen nuestro día a día, pero hoy vamos a dar un vistazo a un color muchas veces mal entendido por el hombre (y la mujer): el rojo.
Digamos que si tuviéramos que elegirle una cualidad, el sigilo no sería precisamente la primera que se nos viene a la mente, ya que el rojo es un color que brilla por su presencia. Pero esa es precisamente la misma razón por la que el color rojo sobresale a nivel emocional como un representante de nuestro estado más íntimo, espiritual y, por qué no decirlo, particularmente discreto.
Para explicarlo mejor tomemos como ejemplo un elemento escandalosamente humano: la sangre. Esa sustancia líquida y viscosa que tanto niños y adultos hemos tenido del susto de verla brotar por nuestro cuerpo en algún momento de nuestras vidas. A primera vista parecería que la sangre es una señal de alarma, muerte o guerra, pero esta interpretación solo es verdadera cuando “algo no anda bien” (o se salió de su curso natural) y nuestra vida depende de corregir dicha anomalía. Y esa es la principal razón por la cual el color de la sangre es rojo vivo: para que podamos tomar conciencia de nuestra fragilidad y apurarnos a resolver el problema. Pero si prestamos atención, la naturaleza de la sangre es en realidad muy distinta a su asociación con la pasión y la furia, ya que la mayor parte del tiempo, el líquido hemático se dedica a nutrir, desintoxicar y oxigenar nuestro cuerpo de una manera oculta, interna, eficiente y constante. Incluso podríamos decir que el 95% de nuestros días la sangre tiene una actividad casi transparente. Incluso en el plano emocional, la resonancia de la sangre es muy parecida: cuando se nos “suben” los colores al rostro (ya sea por vergüenza o rabia) es una señal de que perdimos el “control” y debemos volver a nuestro “ritmo natural” de vida. Y si es tu interlocutor quien parece un tomate, aprovecha la señal para no engancharte en su “descontrol”. Por el lado opuesto, la falta de flujo de sangre (y de color en el cuerpo) es sinónimo de muerte.
Ahora utilicemos toda esta información como metáfora para entender que el objetivo en esta vida debe de ser comportarnos como la sangre que corre por nuestras venas, que a pesar de no contar con un “lugar de trabajo propio y fijo” como el resto de los órganos del cuerpo, no existe un solo miembro que no se beneficie de su labor o pueda vivir sin ella. Es decir, en lugar de pensarnos como órganos separados e “importantes” que necesitan que el resto del mundo los alimente y preste sus servicios para poder hacer bien su trabajo, podemos visualizarnos y actuar como canales de nutrientes que comprenden que, para mejorar su situación personal (familiar, laboral, política, social, amorosa, medioambiental, etc…), debemos trabajar como un organismo unido, donde el éxito del otro es imprescindible para mejorar y mantener con vida todo el sistema.
Pero ojo con el rojo; a pesar de que los revolucionarios soviéticos impusieron a dicho color como símbolo del comunismo, ten en cuenta que el compromiso con el bien común no tiene nada que ver con la idea que todos somos iguales y necesitamos las mismas cosas.¡No te olvides de que hasta la sangre tiene sus tipos!, y por más “positiva” que sea, una transfusión equívoca puede ser la responsable de matar (intoxicar, enfermar o transmitir un virus) a otro ser humano. Es importante aceptar que, al igual que los órganos que constituyen al humano, todos y cada uno de los seres de este planeta, tenemos una tarea única e imprescindible en el funcionamiento del “cuerpo de la humanidad”. Así que mejor deja de mirar lo que hace (o deja de hacer, o tiene o no tiene) tu vecino (salvo que tu objetivo de vida sea ser infeliz) y concéntrate en lo que tú tienes y puedes hacer (o dejar de hacer). Investiga cómo puedes transformar tus capacidades, desafíos, necesidades y recursos particulares, en alimento o desintoxicante de las personas que te rodean, ya sea en tu casa, oficina o en el estacionamiento público. Y por favor, recuerda que no necesitas ser “el cerebro” de la máquina para sentir que tu aportación a la cadena de la vida es importante, pues un cerebro desconectado del corazón (o un corazón desconectado del cerebro), pueden ser igual de destructivos que el más letal de los venenos. Tan solo recuerda lo complicado que puede ser llegar a tiempo a tu cita si el “viene-viene” no acude a recoger tu coche: simple y sencillamente, tu bienestar personal depende de que cada uno de nosotros haga bien su trabajo.
Para no “hacernos mala sangre”, es responsabilidad de cada uno de nosotros identificar sus propios tonos y matices, y, así, aprender a combinar bien nuestra paleta cromática, ya que cada persona es un pantone en sí misma. Pero siempre tomando en cuenta que, para que el arcoíris esté completo y pueda brillar en el cielo, hace falta la unión de la lluvia y el sol, es decir: entre cerebro, corazón y sangre.